Si no recuerdo mal fue a comienzos de la primavera. Un grupo de ciudadanos, además de intelectuales, protagonizaron uno de los actos más bellos que he presenciado jamás. Estaba previsto para las ocho de la tarde pero acudí una hora y media antes, pues no quería perderme la ocasión de escuchar a Arcadi Espada, Francesc de Carreras, Albert Boadella, etc. Debo de reconocer que para mí el reclamo era especialmente éste último (el gracioso señor de la bata, como lo citó una señora a la salida del acto), pues sólo poseía ciertas nociones sobre el resto de integrantes que conformaban esa plataforma ciudadana ahora convertida en partido político. A medida que se fue acercando la hora del comienzo el teatro Reina Victoria se fue llenando, creciendo simultáneamente mi emoción porque sabía que algo importante estaba a punto de suceder. Por fin comenzó el acto, en el que además de los ya citados intervinieron entre otros Rosa Díez y Fernando Savater. Aplausos para ambos. Debo decir que aunque fueron más precisas las palabras de mi tocayo, sentí mucho más cercanas las palabras de Rosa. Yo, que nací durante los últimos coletazos del franquismo allí estaba, en cuarta fila, escuchando cómo unos ciudadanos valientes reclamaban libertad en el escenario de un teatro de Madrid, pues se sienten perseguidos en sus tierras, que son la nuestras. Allí no estaban cantautores como Lluis Llach o Raimon como cuando entonces, pero los protagonistas de este artículo cantaron poemas en prosa para la libertad. Desgraciadamente, como dijo Boadella, la gran mayoría de los catalanes están convencidos de que un madrileño (o sea, un español, porque para ellos Madrid equivale a España), cuando se levanta cada mañana, tiene como primera preocupación descubrir qué putada les puede hacer ese día a los catalanes. El lavado de cerebro nacionalista en Cataluña ha calado muy hondo, hasta el extremo de todo lo que huela a español es perseguido. Valga como demencial ejemplo el intento de prohibir la venta en Las Ramblas de souvenirs como la gitana y el toro, figuritas que además no son alérgicas al polvo que han acumulado históricamente sobre los televisores de media España y de media Cataluña. Pero, como también dijo Boadella en el mencionado acto, la culpa no es sólo del nacionalismo catalán, sino también de la prensa. Por eso este genio ha vuelto a calzarse la bata, como aquella hermosa noche de primavera en Madrid, para recordarnos lo higiénica que puede ser la lectura de la prensa catalana, siempre que se haga con el tercer ojo. Moltes gràcies i molta sort, ciutadans.
|