El hoy perverso marido y sesentón Paul McCartney, compositor modelo en su juventud de algunas de las más bellas canciones de amor de todos los tiempos, alumbró ya como exbeatle hace veintidós años una de sus mejores, si no la mejor. Su título es “No more lonely nights”, y pertenece a la banda sonora de la película que protagonizó junto a la que fue su gran amor, salvo el lapsus del que ahora hablaremos, Linda McCartney. Ella fue su esposa durante casi treinta años, hasta que el cáncer terminó con su vida, y en cierto modo también con la de Paul.
En dicha canción un McCartney ya cuarentón nos confiesa que no soporta seguir sin una mujer, pasar más noches solo, etc., pues además sabe que lo que siente es lo correcto. Qué duras y frías son las noches en las camas solitarias. Cuántos poemas con y sin música habrán inspirado. Sin ir más lejos se podría apuntar la tesis, en absoluto doctoral, de que esta canción fuese el antecedente de té a las cinco y cerveza negra a cualquier hora, de la castiza y tasquera “19 días y 500 noches”, en la que Sabina también maulla a la soledad de la luna.
Quizá ese sentimiento de soledad, premonitorio tal vez, que cantaba en “No more lonely nights”, lo precipitó en los brazos de Heather Mills, una modelo casi treinta años más joven que él. Al principio todo era maravilloso, parecían dos tórtolos con el único y plausible deseo de aparearse. Poco después de convertirse Heather en su nueva y flamante esposa (pues a veces la prensa rosa habla de la consorte como si fuera de un Ferrari) , tuvieron una hija que hoy cuenta con tres años de edad y unos padres a la gresca. Y eso que parecían la pareja perfecta, se les veía tan enamorados.
Desgraciadamente, poco después del nacimiento de su hija, el matrimonio empezó a hacer aguas oceánicas. El escándalo salto a los medios de comunicación, y Paul McCartney pasó en poco tiempo de marido ideal a maltratador que le hacía la vida imposible. Qué mutable es el amor. Ella ahora negocia entrevistas en televisión a cambio de cifras difíciles de leer. Y eso por no hablar del montante económico que va a percibir por el divorcio, pues se habla de que la cifra final puede estar en torno a sesenta millones de euros. Me imagino que las casas de apuestas británicas estarán aprovechando el filón, pues acertar la cifra que permitirá sellar la paz entre ambos tiene su premio, además de su morbo. ¿Pedirá Heather un porcentaje?
Paul, cuyo mejor tiempo quedó atrás pero al que los derechos de autor le hacen cada segundo que pasa más rico que el anterior, se sentía demasiado solo sin Linda, no podía soportar seguir así, estaba seguro de sus sentimientos por la joven modelo, etc. El final de esta canción ya nos lo sabemos. Ojalá que ahora que tiene sesenta y cuatro, haya aprendido la lección de que mitigar su soledad unos pocos años, si uno tiene la desgracia de poseer una fortuna incalculable y se enamora como un viejo verde de una gachí, le puede salir por un pico. Yo no sé si creer que fue el amor lo que motivó esa relación, o simplemente la excusa para que él llenase su soledad de compañía juvenil, y ella la buchaca de dólares para vivir como una estrella del rock, sola o acompañada, el resto de sus días y de sus noches.
Cada mañana nos levantamos sobresaltados por el despertador y por un nuevo escándalo de corrupción inmobiliaria. La veda se abrió con la célebre operación Malaya, también conocida como operación Cachuli y últimamente como operación Zaldívar. A partir de este caso, se han disparado las denuncias urbanísticas en los medios de comunicación. Si este país fuese serio y no una monarquía bananera muy republicana, los españoles estaríamos en pie de guerra contra toda la clase política. ¿Quien no lleva años sospechando del alcalde de su municipio y algunos de sus concejales, por llevar un tren de vida tan apabullante, impropio de los sueldos públicos que perciben?. Pero aquí no pasa nada, pues igual que durante el franquismo nos anestesiaban con el Real Madrid y las corridas del Cordobés, ahora, bajo el mandato de ZP I, el tercer republicano, entontecen al personal, con la bragueta del Pescaílla.
Por tanto no es casualidad que en los últimos años hayan proliferado los programas del corazón, que más podrían llamarse de los intestinos, por lo hediondo de sus contenidos, o del riñón, porque quienes ‘trabajan’ en ellos acaban con el suyo bien cubierto de euros. Pero entre tanta podredumbre moral e intelectual con que amamantar al vulgo, ha surgido un grupo de ciudadanos, la mayoría anónimos, que han logrado una gesta sin precedentes. En un tiempo récord, con muy pocos recursos y el desprecio absoluto de los medios de comunicación catalanes, han conseguido tres parlamentarios por Barcelona. Ha hecho falta que en estos bovinos tiempos se organizaran unos cuantos intelectuales libres, o sea, unos cuantos intelectuales de verdad, para que casi 90.000 catalanes despertaran de la anestesia nacionalista y decidieran apoyar un proyecto nuevo, heroico, y por encima de todo, ciudadano.
Recuerdo la emoción que como simpatizante me embargó la pasada primavera, cuando en el teatro Reina Victoria (Madrid) asistí a la presentación de esos Ciudadanos de Cataluña, tan modestos como ilusionados. Hoy, seis meses más tarde, son toda una realidad, gracias a que parte de la ciudadanía catalana ha decidido rebelarse contra una casta política corrupta e inoperante. Esperemos que cunda el ejemplo en el resto de España. Los ciudadanos deberíamos de liderar una rebelión cívica contra quienes una vez cada cuatro años prometen representarnos. Ellos son los responsables de que muchos se lo lleven crudo a costa de un derecho constitucional como es la vivienda. Mientras, quienes les elegimos y pagamos, malvivimos cobrando los mismos salarios del año 1997. Pero esta información tan escandalosa no interesa que salga en el Tomate.
Parece mentira que una niña de seis años, con sus inocentes fantasías, dueña y señora de ese mundo onírico que es la niñez y del cual nos despertamos cuando ya quedó demasiado atrás, pueda ser la salvación de su hundida familia. Pero así es. Pequeña Miss Sunshine es la historia de la redención de una familia a través de su miembro de menor edad, un niña rechoncha que usa gafas de montura desproporcionada, pero que pese a todo quiere ser la ganadora de un concurso de belleza infantil que se celebra a muchos cientos de kilómetros de su casa. Es, en fin, el relato de una familia cuyos miembros siguen, cual discípulos a su mesías, a una encantadora niña que a su vez persigue un sueño infantil. Ella y su ilusión se convierten en el clavo ardiendo al que se agarran unos personajes desesperados porque ellos no comprenden la vida, o porque la vida no les comprende a ellos.
Esta película se puede calificar de road-movie de carretera, una especie de Easy Rider familiar y con una tartana por furgoneta. Bajo la aparente sencillez y humildad de la historia, pues además es una película hecha con cuatro duros, subyace una reflexión muy profunda sobre el ser humano, sus miserias, sus sufrimientos, sus miedos. Empleando a personajes de lo más variopintos (un padre fracasado, una madre angustiada, una hija que sueña con ser miss, un hijo peleado con su pequeño mundo, un tío homosexual suicida y un abuelo cocainómano), Pequeña Miss Sunshine nos ofrece un retrato maravilloso de la lucha por unos sueños convertidos en pesadillas. Estos seis personajes nos hacen reír y nos hacen llorar. Nos hacen vivir. Pocas veces una película tan humilde, en el mejor sentido de la palabra, había logrado calar de tal modo en el alma de los espectadores.
Si algo puede sorprender por encima de todo, es que esta película no está triunfando gracias a un apabullante y sesudo márketing. Nada más lejos de la realidad. Esta cinta aguanta dignamente los envites de superproducciones que llegan semana tras semana a nuestras carteleras, y todo gracias a un boca a boca de ternura y amor. Así se ha logrado una cadena imaginaria de personas que han salido del cine queriendo a esta tan fracasada como humana familia, que también podría ser la suya, y por tanto también a sí mismos. Cuando la vida nos niega una y otra vez el pan y la sal, a veces no viene mal tirar por la calle de en medio, hacer alguna disparatada locura que nos sirva de catarsis para recuperar la razón. Propongo que nos subamos con ellos a su furgoneta, para aprender de este triste y bello viaje por las curvas de unas vidas que también pueden ser las nuestras. Para ello basta con unirnos empujando en la misma dirección.
Fue en Zaragoza, el pasado sábado por la tarde en los cines Palafox, cuando mi chica y yo decidimos ver la película de Ridley Scott titulada “Un buen año”. Era la primera sesión, la ideal para meterse mano o echarse una siesta o ambas cosas ordenada y discretamente. Como podrás comprender a las cuatro de la tarde en la sala sólo estábamos los que se cuelan por ser familiares o amiguetes de los trabajadores del cine, además de unos pocos más refugiándonos de la lluvia.
Esta cinta protagonizada por el actor australiano Russell Crowe se deja ver, que diría un amiguete mío. Pero si además estás hasta el gorro de la gran ciudad, de sus atascos por culpa de los guardias y de que ahora también los incorporen a los ándenes de las estaciones de metro y de cercanías, entre otras muchas cosas, te juro que se agradece ver una película donde se comprueba que el cielo es azul. Lo de azul no es un epíteto gratuito, pues en mi Madrid natal tan pronto se puede ver azul como en cualquier tonalidad del gris. Y eso en las afortunadas zonas donde se distingue el cielo, porque en muchos barrios a lo sumo disfrutamos de ranuras por las que barruntar que hay algo entre las azoteas de los edificios, si cometemos la imprudencia de mirar hacia arriba, con el riesgo que chocar con la marabunta que somos aquí abajo.
No voy a destripar la historia ni a realizar una sesuda crítica cinematográfica. Sólo me limitaré a decir que para los cinéfilos será simplemente una película menor, un agradable entretenimiento de segunda, mientras que para quienes buscamos evadirnos de los malos años que nos esperan fuera de la sala oscura, está bien obsequiarse con una previsible película que habla del dinero, de la libertad y el precio que hay que pagar por ella, pero también de seres humanos, del amor y de la vida. Aunque lo más previsible de todo es que, una vez en la calle, volvemos a ser los actores secundarios de una película de esclavos del dinero y el reloj, sin vida propia ni amor del bueno.
Olá fernando, descobri o teu blog, somos colegas.