Cada mañana nos levantamos sobresaltados por el despertador y por un nuevo escándalo de corrupción inmobiliaria. La veda se abrió con la célebre operación Malaya, también conocida como operación Cachuli y últimamente como operación Zaldívar. A partir de este caso, se han disparado las denuncias urbanísticas en los medios de comunicación. Si este país fuese serio y no una monarquía bananera muy republicana, los españoles estaríamos en pie de guerra contra toda la clase política. ¿Quien no lleva años sospechando del alcalde de su municipio y algunos de sus concejales, por llevar un tren de vida tan apabullante, impropio de los sueldos públicos que perciben?. Pero aquí no pasa nada, pues igual que durante el franquismo nos anestesiaban con el Real Madrid y las corridas del Cordobés, ahora, bajo el mandato de ZP I, el tercer republicano, entontecen al personal, con la bragueta del Pescaílla. Por tanto no es casualidad que en los últimos años hayan proliferado los programas del corazón, que más podrían llamarse de los intestinos, por lo hediondo de sus contenidos, o del riñón, porque quienes ‘trabajan’ en ellos acaban con el suyo bien cubierto de euros. Pero entre tanta podredumbre moral e intelectual con que amamantar al vulgo, ha surgido un grupo de ciudadanos, la mayoría anónimos, que han logrado una gesta sin precedentes. En un tiempo récord, con muy pocos recursos y el desprecio absoluto de los medios de comunicación catalanes, han conseguido tres parlamentarios por Barcelona. Ha hecho falta que en estos bovinos tiempos se organizaran unos cuantos intelectuales libres, o sea, unos cuantos intelectuales de verdad, para que casi 90.000 catalanes despertaran de la anestesia nacionalista y decidieran apoyar un proyecto nuevo, heroico, y por encima de todo, ciudadano. Recuerdo la emoción que como simpatizante me embargó la pasada primavera, cuando en el teatro Reina Victoria (Madrid) asistí a la presentación de esos Ciudadanos de Cataluña, tan modestos como ilusionados. Hoy, seis meses más tarde, son toda una realidad, gracias a que parte de la ciudadanía catalana ha decidido rebelarse contra una casta política corrupta e inoperante. Esperemos que cunda el ejemplo en el resto de España. Los ciudadanos deberíamos de liderar una rebelión cívica contra quienes una vez cada cuatro años prometen representarnos. Ellos son los responsables de que muchos se lo lleven crudo a costa de un derecho constitucional como es la vivienda. Mientras, quienes les elegimos y pagamos, malvivimos cobrando los mismos salarios del año 1997. Pero esta información tan escandalosa no interesa que salga en el Tomate.
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